Antes, la mano firme y un apretón seco, como si el tacto no tuviera historia ni peso. Gestos calcados, repetitivos, sin lazo, sin voz, un espacio vacío entre cuerpos. Y una, transitando, un camino propio con los ojos abiertos a lo que viene. Vi cambiar sus miradas: algunas fueron esquivas, otras curiosas. Y el roce empezó a suavizarse, como si las fronteras entre ellos y yo se disolvieran en el aire. Y hoy ya no es la mano. Ahora es la mejilla, un roce cálido, un pequeño instante que apenas dura, pero pesa, pesa positivo. Ya no es un gesto vacío ni automático, es una respuesta al viaje que hice, al cuerpo que fui, al cuerpo que soy. ¿Ellos sienten el cambio en sus propias manos? ¿Entienden el peso de un beso que antes negaban, y ahora me frecen amablemente?