Tres veces tres

111

Entré a la habitación 11 con mi bandeja de medicamentos, lista para otro turno. Las luces fluorescentes parpadeaban, y el olor a desinfectante llenaba el aire del pasillo. Sentía el ambiente raro, pero había aprendido a ignorar la sensación constante de que algo no estaba bien. Era un hospital, ¿no?


Cuando llegué a la cama de la paciente, dejé la bandeja en la mesita y miré la ficha; su nombre era idéntico al mío. Me pareció gracioso que alguien se llamara igual que yo, pero no le di más importancia.


Miré a la paciente y, por un segundo, me quedé en blanco. Yo era la persona en la cama. Mis ojos, mi nariz, mi cabello. Mi primer pensamiento fue que estaba soñando, pero el frío del metal de la baranda de la cama en mis manos me recordó que estaba bien despierta.


Me acerqué lentamente, como si la versión de mí en la cama fuera a desaparecer si me movía muy rápido. Ridículamente, me revisé los signos vitales; todo parecía normal, lo cual no tenía ningún sentido.


—Eh... hola —me dije, sintiéndome absurda.


Mis ojos se abrieron y me miraron. No había expresión en mi rostro en la cama, solo una mirada vacía y penetrante. Sentí un escalofrío recorrerme la columna vertebral.


A los dos segundos, mi yo en la cama comenzó a hablar, pero no entendía ni una palabra de lo que salía de su boca, mi boca, nuestra boca. Automáticamente asumí que algo en mí estaba mal y no podía decidir entre una pesadilla o un brote psicótico.


Sentí que alguien se acercaba. Intenté calmarme antes de que la puerta se abriera, y justo cuando pensaba que nada podía empeorar, se abrió la puerta y me vi. Era yo, vestida con el mismo ambo de enfermería, entrando a la habitación.


Sin entender lo que estaba pasando, intenté explicarme la situación, pero los gestos en su cara mostraban que no entendía lo que salía de mi boca, su boca, nuestra boca, y la yo en la cama seguía sin moverse, observándonos con nuestros ojos.


222


Me desperté en la cama de un hospital; el sonido de las máquinas y el olor a desinfectante invadían todos mis sentidos. Sentía mis miembros pesados y un frío que parecía emanar desde lo más profundo de mi ser. Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía.


La habitación estaba iluminada por luces fluorescentes que parpadeaban intermitentemente. El techo blanco y las paredes altas me rodeaban, dándome una sensación de aislamiento. No sabía cuánto tiempo había estado allí.


La puerta se abrió y una enfermera entró con una bandeja de medicamentos. Me llamó la atención lo idéntica que era a mí. La observé mientras se acercaba a mi cama, dejando la bandeja en la mesita. Noté su expresión de cansancio y, cuanto más se acercaba, más parecida a mí la encontraba.


Ya frente a frente, me miró a los ojos y noté un cambio radical en su expresión. Se quedó en blanco por un momento, como si estuviera viendo algo imposible. Su mirada era de desconcierto y pánico. Solo pude observarla fijamente y me di cuenta de que había algo profundamente extraño en la situación.


Ella se acercó lentamente, con una cautela que solo aumentó mi propio miedo. Revisó mis signos vitales y todo parecía normal, pero su cara de confusión era increíble.


Abrí grandes los ojos y la miré, sin poder expresar lo que sentía. No había expresión en mi rostro, solo una mirada vacía y penetrante. Sentí un escalofrío recorrerme la columna vertebral, incapaz de entender lo que estaba pasando.


Intenté hablar, pero las palabras que salían de mi boca no tenían sentido. La enfermera me miró con horror y confusión.


Sentí que otra persona se acercaba por el pasillo hacia la habitación. La puerta se abrió de nuevo y otra enfermera, idéntica a la primera, entró en la habitación. Llevaba el mismo uniforme y tenía la misma expresión de desconcierto. Algo intentaron decirse, pero no logré escuchar; solo veía sus rostros desconcertados, como si ninguna entendiera lo que la otra decía.


Yo, atrapada en mi propia incapacidad de comunicarme, solo podía observar. No sabía si estaba viviendo una pesadilla o si mi mente estaba jugando trucos terribles conmigo. Lo único que sabía era que algo estaba mal y no podía escapar.


333


Abrí la puerta de la habitación 11 con mi bandeja de medicamentos. Las luces fluorescentes del pasillo parpadeaban y el olor a desinfectante llenaba el aire. Esa estimulación a mis sentidos solo me daba ganas de irme y arrepentirme de estar trabajando un fin de semana.


Cuando entré, vi a una compañera de trabajo de pie junto a la cama de la paciente. Noté cierta rigidez, como si estuviera paralizada. Me acerqué más y observé su expresión de desconcierto y terror. Parecía mirar a la paciente como si hubiera visto un fantasma.


La paciente en la cama también parecía fuera de lo común, no se movía. Mi compañera se giró lentamente hacia mí, y fue entonces cuando vi que sus rasgos eran idénticos a los míos. Mi primera reacción fue de desconcierto.


—Eh... hola —dije, intentando romper la tensión. Pero nadie respondió.


La paciente en la cama me miraba con mis propios ojos, vacíos y penetrantes. Mi compañera intentó decir algo, pero las palabras parecían no tener sentido. Sentí una ola de confusión y miedo.


Miré de nuevo a mi compañera, que era idéntica a mí; cuanto más la miraba, más idéntica la encontraba. Luego miré a la paciente en la cama, que también era yo. La situación era surrealista. Intenté mantener la calma, pero mi mente se nublaba.


—¿Quiénes son ustedes? —pregunté, sintiéndome estúpida y temblorosa.


La yo de la cama comenzó a murmurar algo incomprensible, mientras la yo de pie a mi lado parecía a punto de desmoronarse. Todo a mi alrededor se sentía irreal.


Permanecimos en silencio, casi ignorándonos, salvo por los inentendibles murmullos de la yo en la cama. Me sentí atrapada en una pesadilla sin salida, rodeada por versiones de mí misma que no podían ofrecerme ninguna explicación ni consuelo.


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